Ejercicio: Simbología de la Transición y la Democracia
1. La Constitución de 1978 como símbolo ontológico
La Constitución de 1978 no es simplemente una norma jurídica; es una emanación simbólica del Ser político de una nueva España. Ontológicamente, simboliza el tránsito entre dos modos de ser: del ser cerrado, autoritario y esencialista del franquismo, a un devenir abierto, plural y dialógico de la democracia. En este sentido, se comporta como un mito fundacional moderno, con una carga metafísica: materializa valores universales como la libertad y la igualdad en estructuras jurídicas, convirtiéndose en el logos de un nuevo orden. Representa un punto de inflexión ontológico: el nacimiento de un nuevo sujeto político colectivo, el pueblo soberano.
2. El consenso como símbolo filosófico
El consenso alcanzado durante la Transición se erige como símbolo filosófico del contrato social ilustrado. No es simplemente un acuerdo político pragmático, sino una forma simbólica de reconciliación ontológica, que remite al ideal de la voluntad general (Rousseau) como principio de legitimidad. Este consenso representa la renuncia a la verdad impuesta (franquista) en favor de una verdad compartida y construida: la verdad dialógica. Filosóficamente, significa que el poder nace del diálogo racional entre ciudadanos libres, no de la imposición unilateral. Es el símbolo de una ética política fundada en la deliberación, la escucha y el respeto mutuo.
3. La retirada de símbolos franquistas y la resignificación del espacio público
Eliminar símbolos franquistas como el yugo y las flechas no es solo una acción estética o política: es una operación simbólica de limpieza y apertura ontológica del espacio público. Siguiendo la filosofía hermenéutica, esta acción tiene una dimensión interpretativa: implica releer el pasado desde el presente, para resignificarlo y construir nuevas narrativas colectivas. El espacio público, en este sentido, se convierte en escenario de la memoria viva, donde se disputa el sentido del pasado y se construye la identidad democrática. Es un gesto casi ritual, que purifica el espacio para acoger el nuevo ser democrático.
4. Legalización del Partido Comunista y pluralismo ontológico
La legalización del PCE no fue solo un gesto de apertura política, sino un acto de reconocimiento ontológico de la diferencia. Supone el paso de una concepción monolítica del ser político (una sola verdad, un solo partido, una sola voz), a una ontología pluralista, donde múltiples verdades, ideologías y voces coexisten. Desde una perspectiva filosófica, esto responde a una comprensión postmetafísica del ser, propia de pensadores como Heidegger o Gadamer, donde el sentido no está dado de una vez por todas, sino que se construye en el diálogo entre perspectivas. Es la afirmación simbólica de que la verdad política es múltiple y negociable.
5. El voto y la urna como símbolos de soberanía popular
La urna electoral es un artefacto simbólico cargado de sentido metafísico. No es solo un recipiente de votos, sino el altar moderno de la soberanía popular. Cada voto no representa solo una preferencia, sino la materialización de la voluntad general (Rousseau) y del poder constituyente del pueblo (Locke). Es el acto litúrgico de la democracia: en él, el sujeto político se reconoce como soberano, frente al viejo orden donde la soberanía emanaba del Caudillo o de Dios. La urna se convierte así en un símbolo sagrado de legitimidad democrática, cargado de una fuerte dimensión ritual y casi mística.
6. El Rey Juan Carlos I como símbolo de legitimidad y cambio
La figura de Juan Carlos I encarna una dialéctica simbólica hegeliana: continuidad y ruptura, tradición y modernidad, monarquía y democracia. Al jurar las Leyes Fundamentales y luego liderar la apertura democrática, se convierte en símbolo de la síntesis histórica: no se niega el pasado, sino que se lo transfigura. Ontológicamente, representa un puente entre dos regímenes de sentido, una especie de «agente liminal» que facilita el tránsito entre dos formas de existencia política. Su figura permite que la nueva legitimidad democrática no rompa violentamente con la historia, sino que la reinterprete simbólicamente en una clave reconciliadora.
7. Fechas y lugares emblemáticos como espacios de memoria
Fechas como el 6 de diciembre y lugares como el Congreso de los Diputados son cristalizaciones simbólicas de la experiencia colectiva. Se convierten en lo que Pierre Nora llamó “lugares de memoria”: espacios donde el tiempo histórico se condensa y se hace presente como experiencia viva. En ellos se inscribe la metafísica del acontecimiento: son nudos del tiempo en los que se actualiza la aspiración a una comunidad política racional y libre. No son simples referencias cronológicas o geográficas, sino formas simbólicas que condensan sentido, emoción e identidad. Constituyen la topografía espiritual de la democracia.
Análisis Crítico del Enfoque Simbólico sobre la Transición Española
1. Fortalezas del enfoque simbólico
- Profundidad filosófica: El texto eleva el análisis político a un plano ontológico y hermenéutico, lo que enriquece la comprensión de la Transición como un proceso de transformación del ser colectivo, no solo del régimen jurídico.
- Lectura mitopoiética: Concebir la Constitución como un símbolo fundacional o la urna como “altar moderno” permite entender estos elementos como instrumentos de creación de comunidad e identidad.
- Reconocimiento de la pluralidad: La atención al pluralismo ontológico, la resignificación del espacio público y la aceptación del disenso, aportan una mirada inclusiva y contemporánea del concepto de democracia.
2. Debilidades o puntos ciegos
a) Idealización del consenso
- El texto presenta el consenso de la Transición como un símbolo casi sacralizado, alineándolo con Rousseau o el pacto social ilustrado. Sin embargo, esto pasa por alto las críticas contemporáneas a dicho consenso, como las que provienen de posiciones republicanas, de la memoria histórica o del independentismo, que lo ven como un pacto entre élites que dejó heridas sin cerrar.
- Además, la idea de que el consenso es racional y libre puede ser ingenua: muchos actores aceptaron las condiciones por necesidad o miedo, no por convicción plena.
b) Simbología sin conflicto
- El texto subestima los conflictos sociales, políticos y culturales que acompañaron esos símbolos. Por ejemplo, la legalización del PCE fue duramente contestada; la figura de Juan Carlos I está hoy altamente cuestionada. Presentar estos hechos como momentos casi armónicos de síntesis puede encubrir tensiones reales y actuales.
- En este sentido, el texto tiende a un funcionalismo simbólico: cada gesto parece tener una función armónica en el relato del progreso democrático, pero no se analizan sus efectos excluyentes, retóricos o de silenciamiento.
c) Ambigüedad ontológica
- El uso del lenguaje filosófico (“ontología”, “metafísica”, “síntesis hegeliana”) es sugerente pero a veces puede caer en una retórica excesiva sin contenido empírico claro. Por ejemplo, decir que la Constitución “materializa la libertad” o que la urna es una “liturgia de la soberanía” puede parecer profundo, pero requiere más justificación o contrastación con la realidad vivida.
3. Riesgos de la mirada simbólica
a) Despolitización mediante simbolización
- El riesgo de abordar la Transición como un relato simbólico y metafísico es que puede despolitizar las decisiones y procesos concretos. Por ejemplo, presentar la retirada de símbolos franquistas como una “purificación ontológica” puede ocultar que muchos de esos símbolos permanecen o que su retirada fue parcial y tardía.
b) Legitimación retrospectiva
- Al presentar la Constitución, el Rey, el consenso o el voto como “símbolos legítimos”, se corre el riesgo de otorgar una legitimidad incuestionada al régimen del 78, sin abrir espacio a cuestionamientos democráticos actuales sobre su origen, su blindaje constitucional o su relación con la memoria histórica.
4. Recomendaciones para una reformulación más crítica
- Incorporar la ambivalencia simbólica: los símbolos también pueden ocultar, excluir o manipular. Sería valioso introducir una visión más dialéctica de los mismos.
- Contrastar lo simbólico con lo material: el análisis podría enriquecerse si se cruza la dimensión metafísica con la realidad social concreta: ¿quién se benefició? ¿quién fue silenciado?
- Incluir voces críticas: integrar las visiones de movimientos sociales, memoria histórica, feminismo o independentismo ayudaría a romper la unicidad narrativa del texto.
La Transición española: símbolos en disputa y el relato ontológico de la democracia
1. La Constitución de 1978 como símbolo ontológico en disputa
La Constitución de 1978 suele presentarse como un símbolo de ruptura democrática, el inicio de un nuevo ser político fundado en la libertad, la igualdad y el pluralismo. Sin embargo, como advierte Jacques Derrida, todo acto fundacional es también un acto de exclusión: “no hay institución sin violencia constituyente” (Derrida, Force of Law, 1990). La Constitución no fue simplemente una apertura ontológica, sino también una clausura de posibilidades alternativas (por ejemplo, una república o una democracia sin tutela monárquica). Su pretendida universalidad es, en realidad, una forma hegemónica de significación que —como diría Ernesto Laclau— establece un “punto de cierre contingente del campo discursivo” (Laclau, La razón populista, 2005).
2. El consenso como símbolo de hegemonía más que de diálogo
El consenso de la Transición, lejos de ser la realización plena del contrato social rousseauniano, puede interpretarse como una estrategia hegemónica de estabilización política. Laclau insiste en que “todo orden es el resultado provisional de una articulación contingente de demandas” (Laclau y Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista, 1985). El consenso no fue tanto diálogo entre iguales como la imposición de un marco aceptable para el poder económico, militar y mediático de la época. Lo que se presenta como pacto racional fue en muchos casos un “consenso sin disenso” que desactivó el conflicto fundacional de lo político.
3. La retirada de símbolos franquistas: resignificación o fetichización superficial
La eliminación de símbolos como el yugo y las flechas en 1977 puede entenderse, siguiendo a Walter Benjamin, como un gesto de redención simbólica. Pero Benjamin también advertía que “todo monumento de cultura es a la vez un monumento de barbarie” (Tesis sobre la filosofía de la historia, 1940). Eliminar ciertos emblemas del franquismo sin abrir procesos de justicia o reparación es una forma de construir memoria desde el olvido, de monumentalizar el cambio sin elaborar realmente el duelo. En esta lógica, la memoria oficial se convierte en una operación estética, no ética.
4. La legalización del Partido Comunista: inclusión estratégica o gesto performativo
La legalización del PCE puede entenderse como símbolo de pluralismo, pero desde una perspectiva crítica también puede leerse como un gesto controlado de inclusión, que responde a una lógica de lo que Derrida llamaría la “hospitalidad condicionada” (Of Hospitality, 2000): se acoge al otro, pero dentro de las condiciones impuestas por el anfitrión. El pluralismo fue permitido, no plenamente habilitado. Y esa aceptación fue tolerada bajo presión militar y con concesiones que supusieron la desmovilización simbólica del antifranquismo.
5. El voto y la urna: símbolo de soberanía o ritual de legitimación
El voto y la urna, aunque presentados como expresiones de soberanía popular, pueden operar como lo que Michel Foucault llamaría “tecnologías de poder”: dispositivos que no solo canalizan la voluntad, sino que la producen y normalizan (Vigilar y castigar, 1975). El ritual electoral construye la ilusión de una voluntad general unificada, silenciando sus fracturas internas. Desde esta perspectiva, votar no siempre es ejercer libertad, sino también participar en un marco ya estructurado por relaciones de poder invisibles.
6. El Rey Juan Carlos I: símbolo ambivalente de continuidad disfrazada de cambio
La figura de Juan Carlos I, que pasó de ser heredero de Franco a símbolo de la democracia, encarna la “violencia fundacional de la legalidad” que denuncia Derrida: un sujeto que produce un nuevo orden sin romper del todo con el anterior. Lejos de ser solo un puente, su figura fue una operación simbólica cuidadosamente construida para garantizar la continuidad del poder, otorgando a la monarquía una legitimidad que no fue sometida a decisión popular. Su reciente descrédito no es solo biográfico, sino la expresión de una fisura ontológica en el relato de la Transición.
7. Fechas y lugares como campos de lucha por la memoria
Siguiendo a Pierre Nora, los “lugares de memoria” (les lieux de mémoire) no son simplemente recordatorios del pasado, sino espacios donde la memoria se institucionaliza y se disputa (Entre memoria e historia, 1984). El 6 de diciembre o el Congreso de los Diputados no son solo símbolos conmemorativos, sino territorios de batalla simbólica donde se lucha por el sentido del pasado. Como advertía Benjamin, el tiempo histórico no es lineal, sino interrumpido: cada generación tiene el deber de reabrir el archivo, interrogar la historia, resistir a la narrativa de los vencedores.
Conclusión crítica
La Transición española no puede ser entendida solo como un proceso jurídico ni como un relato armónico de símbolos fundacionales. Al igual que recuerda Laclau, todo símbolo de unidad es también una exclusión. Y como advierte Benjamin, los relatos históricos oficiales tienden a “pasar por alto las ruinas” que dejaron a su paso. Revisar críticamente los símbolos de la Transición no significa negar su importancia, sino rescatar su ambivalencia y abrir espacio a lo que quedó sin decir.
Compáralo con este texto: https://www.boe.es/biblioteca_juridica/anuarios_derecho/abrir_pdf.php?id=ANU-M-1999-10044900488
¿Qué es «Ontología de la Derecha y la Izquierda»? (Según el texto ofrecido por la biblioteca del Boletín Oficial del Estado www. boe.es)
Es un texto del filósofo español Dalmacio Negro Pavón que explica que las ideas de “derecha” e “izquierda” no son solo políticas, sino que vienen de algo mucho más profundo: cómo entendemos el orden del mundo, el bien y el mal, y hasta la religión.
Ideas principales:
- Derecha e izquierda no empezaron como ideas políticas. Representan formas opuestas de ver la vida:
- La derecha está asociada con el orden, la tradición, la religión y lo espiritual.
- La izquierda con el cambio, la igualdad, el progreso y lo material.
- Todo gira alrededor de un centro, que simboliza el equilibrio y el orden. Si se pierde ese centro, viene el caos.
- A lo largo de la historia, la izquierda fue ganando poder cultural, especialmente después de la Revolución Francesa, y empezó a verse como lo moderno y positivo.
- Hoy en día, muchas personas rechazan o desprecian la derecha sin saber realmente qué significa, y eso puede causar confusión y falta de equilibrio.
¿Qué enseña?
Que para entender la política y la cultura de hoy, no basta con ver qué partido vota la gente. Hay que mirar más profundo: cómo piensa la sociedad sobre el orden, el poder, la religión y el cambio.
¿Por qué muchas personas rechazan «la derecha» sin saber bien qué es?
Hoy en día, en muchas conversaciones, redes sociales o medios, la palabra “derecha” suele usarse de forma negativa, como si fuera automáticamente algo malo. A veces se relaciona con ideas como injusticia, egoísmo o represión. Pero esto no siempre es justo ni exacto.
La derecha, en su sentido más profundo, no significa «oponerse al cambio» por capricho. Tiene que ver con valores como el orden, la tradición, el respeto por la familia, la religión, la autoridad y la idea de que no todo se puede cambiar sin consecuencias. Es una forma de pensar que busca mantener lo que ha funcionado y tener cuidado con los cambios rápidos.
Rechazar la derecha sin entenderla puede ser un problema porque:
- Se pierde el equilibrio: si solo escuchamos un lado (por ejemplo, la izquierda), no vemos toda la realidad. Tanto la izquierda como la derecha tienen ideas útiles y necesarias.
- Se vuelve difícil dialogar: etiquetar a alguien como “malo” solo por pensar diferente hace que la sociedad se divida y se vuelva más agresiva.
- Se debilita el pensamiento crítico: aceptar ideas solo porque “están de moda” o “todo el mundo lo dice” nos impide pensar por nosotros mismos.
El autor, Dalmacio Negro, dice que cuando la sociedad pierde de vista este equilibrio entre derecha, izquierda y centro, cae en la confusión. Entonces no sabemos qué está bien o mal, o qué es justo o injusto. Por eso es importante entender ambos lados antes de juzgar.